En cierta ocasión escuché a mi madre preguntarse ¿cómo habría sido su vida si su mamá no hubiera muerto cuando ella nació? Al verla llorar mientras se hacía esa pregunta, mi corazón estrujado no encontró las palabras necesarias para darle consuelo. Y es que no podemos hablar de lo que nunca hemos vivido. Yo siempre he tenido el apoyo y cariño de mi madre y simplemente no imagino mi vida sin ella a mi lado. Recuerdo haberle dicho que nada de lo que nos ha tocado vivir podría haber sido de otro modo. De verdad lo creo. En el libro de su vida, ya estaba escrito que ella no conocería a su mamá; en cambio, tuvo a otras personas que cuidaron de ella y le procuraron el cariño que no pudo recibir de su madre.
Aunque en el fondo creo, que nadie ni nada puede sustituir una presencia tan poderosa, sobre todo cuando somos niños. Toda infancia merece sentir el amor inmenso del que solo una madre es capaz, y lo justo es que todos transitemos nuestros primeros años de vida cobijados por ese amor. Pero la vida, aunque maravillosa, no es justa.
Por eso hoy, que celebramos el 10 de mayo, quiero dedicarle mi amor a la niña que ahora es mi madre; a esa pequeñita que creció sin la suya: hoy quiero abrazarla con cada palabra y hacerle saber que su madre, desde el infinito, la guiará y protegerá, que la acompañará en cada alegría y tristeza, en cada logro y en cada obstáculo, en cada risa y en cada llanto con tan solo llevarla en el corazón.
“las madres sostienen nuestras manos por un tiempo, pero nuestros corazones SIEMPRE”
Somos energía, y estoy convencida de que todas las madres que no pudieron continuar en el plano físico al lado de sus pequeños hijos, han vibrado junto a ellos haciéndoles sentir su presencia.
Si en este día tú has podido hacerle una llamada de felicitación a la tuya, o mejor aún, comer con ella, te deseo por muchos años más esa inmensa riqueza. Si por el contrario, ella ya no está aquí, cierra los ojos, extiende tus manos al cielo y te juro que la podrás sentir.